
Las encuestas detectan un crecimiento exponencial del
rechazo de los europeos a los musulmanes, a los que acusan de invadir Europa
con ánimo destructivo y espíritu predador. Cada día son mas los que creen que
los musulmanes que no se integran y que agreden la convivencia y la cultura
europeas deberían ser expulsados.
He recibido anónimamente, vía Internet, una carta que refleja ese rechazo europeo
al abuso musulmán. Es una carta dura y tiene aspectos de dudosa objetividad,
pero representa un alegato contra esos musulmanes que llegan a Europa y España
con espíritu negativo, sin voluntad de integración, mas para aprovecharse de
las libertades y derechos que para aportar, en algunos casos mas para delinquir
y abusar que para trabajar. Europa y España padecen una invasión musulmana que
aporta poco o nada a la cultura europea. Muchos de esos inmigrantes proceden de
países donde sus autoridades prohíben practicar las religiones cristianas y
donde algunos mulás extremistas recomiendan y logran que los cristianos sean
asesinados. Ya va siendo hora de que alguien les grite la verdad: o se integran
y aportan al esfuerzo colectivo, o se marchan; o sus países practican la
reciprocidad, o no habrá permisividad en los países europeos para construir
escuelas coránicas ni mezquitas. Ya está bien de cobardía española y europea y
de abuso invasor.
La carta es la siguiente:
Mohamed, Mouloud, Abdelkader y compañía. Ustedes viven denunciando en España
las continuas ofensas a su religión, las críticas injustas a sus costumbres y
modo de vida, las discriminaciones que padecen, las condiciones penosas en las
que viven, el rechazo que experimentan, las agresiones diarias que sufren a
mano de los españoles, y un sinfín de penurias e injusticias que son el pan (o
mejor dicho el cuscús) diario de los buenos musulmanes en la tierra de sus
antepasados, Al-Ándalus. Denunciáis todo esto y señaláis con el dedo acusador a
los culpables de tantos atropellos contra los seguidores de la verdadera fe:
los racistas españoles, los anteislámicos que usurpan vuestra arrebatada
propiedad, los odiadores islamófobos.
¡Tienen ustedes toda la razón! Cada día los españoles son más racistas. Cada
día son más los infieles que dicen estar hartos de lo que llaman
malintencionadamente “la invasión musulmana”, los que despotrican contra la
“islamización” de España. Os acusan de manera maliciosa de ser los principales
culpables de los altos índices de delincuencia y criminalidad que afectan al
país. Os señalan como los responsables de la rápida y creciente degradación de
barrios y pueblos donde os habéis instalado. Se muestran molestos e
intolerantes con la presencia de vuestras mujeres cubiertas de la cabeza a los
pies empujando carritos llenos de hijos por las calles.
Os culpan de la saturación de los servicios públicos, de las colas en los
hospitales. Os ponen trabas para que podáis traer a vuestros familiares,
parientes, vecinos y amigos a esta tierra que es la vuestra. Os exigen que os
amoldéis a las leyes y las costumbres del país, y tantas cosas más…
¡Cuanta razón tienen ustedes de quejarse y de denunciar en voz alta esta
situación intolerable, que humilla la conciencia humana y evidencia la
hipocresía de los supuestos valores cristianos y democráticos de los españoles!
Señores, deben denunciar este racismo en las más altas instancias del país, en
el Congreso de los Diputados, en los ayuntamientos, ante las ONGs, en las
calles si es menester.
Pero haríais mejor aun yendo a vuestros países de origen para informar de esta
situación a vuestros compatriotas, que todavía son libres y se encuentran fuera
del alcance del racismo que padecen ustedes aquí. Debéis alertar a los miles,
centenares de miles y millones de magrebíes y de musulmanes de todos los
rincones de la tierra que están listos para ceder al espejismo de las bondades
del sistema occidental y que corren el peligro de caer en la trampa horrible
que les tienden los racistas españoles.
Señor Rachid, dígale esto a sus hermanos, a sus primos, a sus mujeres, a sus
hijos, a sus vecinos que sueñan inocentemente con venir a sufrir lo que sufren
ya otros como ustedes: la España racista no quiere de ellos porque en su
ceguera islamofóbica los mira (erróneamente) como invasores y depredadores.
Expóngale esta siniestra verdad a los suyos. No los deje que se metan en la
boca del lobo. Es su deber proteger estos infelices de esta terrible amenaza.
Dejarlos venir sería hacerse culpable de inasistencia a personas en peligro.
Y por cierto, señores Mouloud, Abdelkader, todos ustedes que están condenados a
vivir en este abominable país racista, no lo duden un instante: rompan sus
cadenas, sacudan el polvo de sus babuchas y abandonen este infierno. No les
hagan a los racistas por más tiempo el regalo de su enriquecedora presencia. No
sean más las víctimas de estos predadores implacables que atacan a sus madres
en la calle, violan a sus hijas en cualquier descampado, saquean sus negocios,
queman sus coches en los barrios y venden droga a sus hijos, mientras ustedes
trabajan arduamente para pagarles las jubilaciones a estos desagradecidos. No
lo duden: vénguense ustedes de todos esto años de miedo, sufrimiento,
humillación y explotación que han padecido. Priven a los españoles de la
oportunidad, el beneficio y la riqueza que ustedes representan y aportan a su
decadente sociedad.
Y ya puestos, al partir de este país ingrato, llévense con ustedes a sus amigos
los intelectuales, los artistas, los periodistas, los izquierdistas de todo
pelo y condición, las ONGs, los socialistas e incluso esas feministas que en el
fondo tanto os quieren.
Además de ahorrarles el insoportable castigo de vivir sin ustedes, sería una
magnífica venganza contra la España racista, privada así de esa formidable
fuerza intelectual y humanista que tanto necesita para curarse de su perversión
islamofóbica.
¡Así estarán bien castigados estos racistas españoles! Piensen ustedes, señores
Mohamed y Mouloud, en la cara que pondrán los racistas españoles cuando el
último barco haya alcanzado la línea del horizonte, cuando el último avión se
haya desvanecido en el aire, cuando el último autobús haya pasado del otro lado
de la frontera, cuando el último transbordador haya cruzado el Estrecho. Descubrirán,
demasiado tarde, que se fue lo mejor que había en el país, que se han quedado
entre ellos. Sólitos entre racistas.
¡Cuanto nos gustaría que eso ocurriera bien pronto! ¡Cómo nos íbamos a reír
entonces!
